viernes, 20 de marzo de 2009

Bolaño

Se destaca en la prensa de estos días el premio que el National Books Critics Circle ha concedido al escritor Roberto Bolaño por su postrera obra "2666". No habíamos oído hablar de tal institución, pero tiene un sonido tan imperialmente norteamericano que nos hace presuponer el mejor y más inapelable de los criterios. Sin saber, ya parece que contemplamos una regia sede en alguna famosa calle de Manhattan y unos circunspectos bibliófilos ponderando con exquisita objetividad los libros más destacados del año. Año, por otra parte, muy especial por el hecho de que los dos autores más admirados del "momento", Bolaño y el sueco Stieg Larsson, están muertos, en contraste con los vivísimos rendimientos comerciales de sus obras.


Pues bien, hace meses que emprendí la lectura de "2666", pronto interrumpida no por considerar que el libro no merezca el esfuerzo, sino porque el pdf de mil páginas puso a mis ojos en temprana y definitiva protesta. Hoy he recordado una frase que apunté al poco de empezar a leer. Habla de dos de los profesores protagonistas del relato, entrados en años y enamorados de la misma mujer: "La experiencia con las putas, algo nuevo en sus vidas, se repitió varias veces en distintas ciudades europeas y finalmente terminó por instalarse en la cotidianidad de sus respectivas ciudades. Otros es posible que se hubieran acostado con alumnas. Ellos, que temían enamorarse o que temían dejar de amar a Norton, se decidieron por las putas".


lunes, 2 de marzo de 2009

Feij009

Frente a la realidad tan compleja e inasible del mundo de hoy, y la imposibilidad de vertebrar un pensamiento del todo coherente, respondemos cimentando nuestras opiniones sobre las cosas con una base más cercana a la fe que a la lógica o la reflexión serenas. Excluimos, por supuesto, abstenernos de opinar, por insuficiente que sea nuestra información y por infundado que pueda ser nuestro juicio. La imagen inmediata, la intuición particular y el conjunto de ideas heredadas tienen más fuerza que la razón en la configuración de nuestro pensamiento. Tenemos muchas herramientas, pero en la mayor parte de las ocasiones, preferimos equivocarnos antes que pasar por el laborioso trance de cambiar de idea sobre las cosas. Vicente Verdú ha escrito mucho sobre esto.

Con motivo de las elecciones autonómicas de ayer, en Galicia y País Vasco, elmundo.es editaba ocho pequeñas fotografías de otros tantos líderes políticos en liza. Pese a la disparidad de la imaginería electoral, los orígenes o las ideologías, todos tenían en común un aspecto. Todos mostraban la mejor de sus sonrisas, tanto es así, que algunas incluso parecían creíbles. Sonreía el lehendakari Ibarretxe, pese a que se le pronostica una pronta mudanza desde el Palacio de Ajuria Enea, sonreía Pérez Touriño, ya ex-secretario general de los socialistas gallegos. Y podría asegurar que no fueron los únicos semblantes contradictorios de la noche. El único de entre los ocho que mostraba un gesto de cierta severidad era aquel candidato al que todos calificaban como el gran triunfador de la jornada, Núñez Feijóo, del Partido Popular.

En mi caso, no tenía una opinión formada sobre el individuo. O si la tenía, en ella me había dejado guiar por la visión general que guardo de su Partido, y de esta asociación, ciertamente no salía bien parado. Yo me limitaba a torcer el gesto, quizá sin saberlo, al ver por televisión al distante personaje, tal es el poder de la autosugestión, tal es el cegador efecto de las filias y las fobias políticas. Pero ayer me sorprendió y me agradó la alegría contenida que reflejaba aquella foto. La del hombre tímido que tiene los pies en el suelo, que mira más allá de las noches electorales, tan prolijas en imágenes ridículas. Mostraba, en suma, una actitud muy contrastada con la sonrisa tonta y rígida del portavoz de su Partido, González Pons, la mueca absurda que el fotógrafo nos pide antes del flash, pero en este caso mantenida a lo largo del tiempo.

Lo más llamativo de todo es que tan favorable opinión sobre el candidato Núñez Feijóo no se haya visto rebajada al estudiar un poco más a fondo su figura. Más bien al contrario, su condición de técnico antes que político, su compromiso de disminuir el número de conselleiros y cargos a dedo en general, las críticas que había sufrido en su propio partido por su excesiva intelectualidad (está comprobado que es un lastre) o la decidida (pero incompleta) purga de caciques que ha venido haciendo en un partido tan “especial” como el suyo han revertido con éxito la imagen negativa que mis prejuicios me habían hecho de él.

¿Va a durar mucho más mi precioso idilio con esta facción de los populares antes de la puntual llegada de la decepción? ¿Podré decir algún día sin temor a ruborizarme: “Yo una vez habría votado al PP”?