Ya sea teclear, pronunciar, escribir a bolígrafo en un
trazo imperfecto: el sencillo placer de reproducir las letras de un nombre que
nos es afecto, en un ejercicio de algo que podríamos denominar fetichismo
autográfico; son suyas sus letras, pero soy yo quien las está reuniendo y son mías ahora sus resonancias. Hay
un sobresalto las escasas veces que lo escuchamos radiado, en televisión, si
sobre ello leemos en la prensa; un sobresalto que no es del todo placentero,
pues en él se entremezcla el orgullo del que se sabe muy adelantado en el
conocimiento, con un cierto temor a compartir, pues sentimos que puede dejar de
ser nuestro, y lo que al dominio de
lo público se le transfiere, rara vez se recupera en el mismo estado. Al traerlo dentro de
una conversación, uno tiene la ilusión de la alineación, si lo enuncia en medio
de algún desdichado círculo que nada ha oído previamente, o que quizá sí lo ha
hecho, pero se ha permitido el lujo de la indiferencia, que nos parece a partes
iguales inconcebible y rechazable ¡Si no
fuera por mí, nadie le haría la justicia de la defensa! Es la tiranía de lo
amado la que nos hace intransigentes y excesivos y nos animaliza; el duelo
intenso, expresado de mil formas, que sobreviene al escuchar una mala palabra
sobre lo que consideramos sagrado, sobretodo cuando tememos que
pueda ser razonable.
lunes, 10 de octubre de 2011
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