domingo, 8 de enero de 2012

Hasta la vista




Decir “hasta la vista”, “auf Wiedersehen” cuando bien se sabe que no habrá vista, se asume naturalmente la falsedad, ni siquiera se lamenta nadie de mentir y mentirse de esta suerte. Es de buen tono condenar la política, pero cuesta reconocer que, incluso entre estos desconocidos salpicados por el vagón, la política define toda conducta. Junta la señora mayor sus manos y las encoge, podría encontrarse en un parque de Briviesca; sin embargo, observo una especificidad septentrional en la forma arcada de su boca de sapo, como una perfecta sonrisa invertida; tal vez el cliché sea la causa de esta atribución geográfica, no me importa admitirlo. Me pregunta por una estación: Wien Mitte, he querido entender. ¿Tendrá familia, hijos que la esperen en Wien Mitte? A medio camino, comienza a erigirse desde el asiento, y acto seguido comienza a marcharse, casi no marchándose y lleva dos enormes bolsas en las manos, agradece con la cabeza la información, sonríe ancianamente. Sabe que no habrá vista otra vez. A cuántas personas tratamos sólo una vez, no digo ver porque tratar cada vez menos implica ver, y digo personas pero podría decir herramientas; no son otra cosa cuando nos dan cuatro monedas de vuelta o nos reservan una mesa o nos piden el billete; nos ayudan cinco minutos en la vida y aquí termina el trato, cada vez más individuos consecutivos y cada vez un trato menor y más ligero con ellos, piensa uno que pareciéndose a la máquina podría resistirse a ser sustituido por ella. La hora azul se ha esfumado sin ruido y la ha sucedido una mañana gorda de luz, “el mundo es más grande en primavera” se burla Vila-Matas de esa idea, pero es verdad, también es más grande por las mañanas. Debí acicalarme mejor al salir de casa, ahora el día me encuentra desarreglado, quizá de forma muy grotesca, no puedo confirmarlo porque el cristal ya no refleja. Pudo prolongar la atonía del gesto, y sin embargo sonrió. Dijo hasta la vista, pero debió decir adiós.

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