sábado, 11 de julio de 2009

Olvidos


Todas las neveras de un soltero se parecen. Casi un retrato de la vida circular que no deriva sino en el propio individuo que es su fuente, que carece de testigos continuados y, por tanto, concede desmedidos y secretos espacios a la frivolidad. Sólo los objetos que tú compras, que tú consumes, que tú decides desechar si los encuentras caducados. Varios son los alimentos -y digo alimentos- que invariablemente colocan al frío los solitarios, ¿Y no es la cerveza de entre todos ellos el auténtico emblema de la solitude, la síntesis de una vida sin destino decidido, tan sólo vislumbrado a regañadientes? Imperiales ejércitos de latas coloristas anuncian a su vez el imperio de la juventud despreocupada, nos alejan de los indeseables fantasmas de una madurez que veremos llegar, pero a la que no se espera despierto. A la cerveza le corresponde el pedestal que en los hogares adultos pertenece a las manzanas, a los yogures, a los garbanzos cocidos de ayer. La libertad, el espíritu de las tardes abiertas y disponibles, todo esto representa. La tristeza, la viudedad, el vacío, éstas son las sensaciones que depara la tarde en que descubrimos que debimos haber visitado antes el Mercadona, pues bajo la fría iluminación ronroneante no hallamos más que la sombra de la última lata que abrimos ayer, esa reminiscencia metálica que aún habita en nuestros labios.

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