martes, 16 de agosto de 2011

Fetiches



Pienso en la belleza complaciente del iPhone; tendido sobre la mesa nos mira del modo en que nosotros miramos al que toca música en nuestro vagón de metro. Otros se han acercado antes, pero sólo a Apple se le puede atribuir la fundación de esta era en que la calidad física del aparato se ha convertido en el verdadero objeto de la adquisición. Es hoy la obtención del ingenio el destino (colocarse primero en la cola y esperar el clímax de salir de nuevo al sol para erigirlo frente a un público anhelante) y es su uso continuado la sanción del éxito social; la comunicación no es más que una excusa, siempre subordinada. El adicto permanece tanto tiempo sobando el delicioso tacto exterior… admirando la pequeñez imposible de la tecnología, cuando parece contradecir las múltiples capacidades que esconde; tan bien las esconde, que muchas no llegan jamás a ser descubiertas.

Si Internet fuese un invento ya antiguo y, por tanto, descontado y fueran los libros, la edición de la literatura en forma de papel impreso, una idea reciente, porque a nadie se le hubiera ocurrido antes el absurdo de sacar las letras de las pantallas, ¿para qué?, se trata de una paradoja posible: los incas alcanzaron grandes conocimientos sobre astronomía y, sin embargo, nunca descubrieron la rueda (y nadie necesita nada que no conozca); si el libro se anunciara flamante, una novedad en su calidad bella y útil a un tiempo, nunca antes explotada, la abrazarían los creadores de tendencias: argumentarían entusiasmados que la calidad mate del papel es superagradable, que la policromía colectiva de los libros decora e intelectualiza las viviendas. Dirían que poder subrayar a placer otorga el privilegio de la disposición y de la permanencia de la opinión sobre lo leído, estaciones marcadas en nuestra propia trayectoria lectora, en el progreso de nuestra formación; valorarían la disponibilidad absoluta de los libros, que tienen la higiene de no necesitar corriente eléctrica, que no se llevan nuestro tiempo en el iniciarse, que no se apagan cuando se les aprieta demasiado, y donde se demora su lectura en olvidarse, pues tienen cuerpo y cuando pasamos la vista por delante de uno en particular y quiere ésta detenerse en su vertical, en un instante se rearma la experiencia de nuestra primera vez, en una punzada vertiginosa que nos recuerda quiénes fuimos y quiénes somos hoy, ahora mismo.

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