sábado, 3 de diciembre de 2011

Sábado




También los niños con pelo a tazón, como sus madres que hurgan en el bolso mientras los riñen, como quien sonríe tenue y mercantil bajo el tocado corporativo; todos, hijos, madres, cajeros, todos necesitan mear el agua contenida en la coca cola, los mismos hielos derretidos, y también tienen ganas de llorar alguna vez. Como las parejas que cenan acompasando miradas bovinas al ritmo circular de los labios, bajo una luz de sala de cine recién desvelada, en mitad de los créditos que sólo tres personas leen todavía, lentamente se enrollan de nuevo las bufandas, se levantan de sus asientos, uno de ellos se gira para fruncir los ojos y la espalda y así saber quién compuso una música que olvidará unos minutos después, informaciones que son de pronto irrelevantes a causa de una luz omnisciente que dice tan poco como lo que todo dice, que recuerda a la varicela de dorados de algún baño pretencioso, a una carcajada sin causa, a un tanatorio de diseño. Parejas jóvenes unidas por relaciones refrigeradas que mastican despacio el big mac, no falta tiempo, es larga la noche, y lanzan trémulos los dedos hacia las patatas fritas que yacen apiladas bajo un armonioso zigzag de ketchup y entonces, en medio del rumor clínico del lugar, crujen las franjas acharoladas del papel que se desliza entre las dos bandejas rojas, al tiempo que uno de los dos observa los relucientes paneles en los que parece que no se enuncian los menús, sino las películas entusiastas entre las cuales hace tres horas escogieron una sola, cuando reinaba entre ellos la misma pacífica armonía que ahora emanan las órbitas funcionales de sus labios apretados.

1 comentarios:

Rlosada dijo...

wow...da gusto leerte